sábado

ART & CUENTO CORTO



UNA CARTA ACLARATORIA

Karin Artigas

“Ahí está mi mamá acostada con la mirada fija en la ventana de su pieza ¿Qué mirará en ese lugar? Es como si lo que hay ahí la hipnotizara.. Con mi hermano le hablamos sólo cuando es necesario, pero apenas nos responde. Es obvio que lo que mira es más importante que lo que nos pasa. Algunas veces me acerco, me interpongo para sacarla de ese trance, entonces me habla y me llega un aliento pesado por no abrir la boca en horas. Acaricio sus cabellos y veo que sus ojos anidan lágrimas no derramadas y otras añejas que salieron dejando un surco salino y seco.En la habitación hay olor a encierro y el desorden que empezó en la cocina se propagó por toda la casa. ordeno un poco, pero tengo que hacer mis tareas. Trato de preparar la once para que mi papá vea un poco de normalidad, no vaya a ser cosa que se enoje al ver el caos que reina en la casa y mamá se ponga peor”.Así recuerda a su madre, entre chispazos e imágenes medio difusas. No logra ver su rostro, se fue esfumando con los años, pero su silueta recostada en la cama la tiene grabada a fuego en la mente. Cada vez que siente olor a encierro sufre una regresión. Por esa razón tiene la manía de andar abriendo ventanas y ventilando habitaciones.Una pesadez se le viene colgando de la espalda y sabe que es algo con lo que se está haciendo más difícil luchar. Está tirada en la cama en medio de las toallas mojadas y la ropa que dejó su marido al irse a trabajar. Las cortinas están cerradas a pesar de que ya son más de la una de la tarde. La penumbra de la habitación esconde sus rasgos delicados y la palidez de su rostro. Despierta del letargo al ver la hora y con mucha dificultad abre las cortinas. La reverberación del sol en la pandereta blanca la deja ciega por un momento, pero eso la reconforta. Tiene que ir a buscar a los niños al colegio, no se puede permitir que no tengan su almuerzo a la hora, ni menos las camas deshechas. Se moja la cara para despabilar el cuerpo, los niños no pueden verla así. Los ama profundamente, son sus ojos, su esperanza de vida, su prolongación, pero la mochila en la espalda pesa cada día más.Para ir al colegio tiene que pasar por la plaza chica, no le agrada ese lugar porque le trae malos recuerdos. Recuerdos de un día soleado, un anciano alimentando palomas, sus amigas jugando al cordel, su padre corriendo con su hermano en brazos y alborotando a las palomas al pasar..... ay, un suspiro le alivia el pecho, prefiere no pensar, no vaya a ser que le venga el bajón.Víctor llegará con el árbol de Navidad. Este año será un enorme árbol artificial, ella le pidió expresamente que no comprara mas pinos naturales. Los niños igual estarán felices, porque la entretención es sacar las figuras y las luces, luego ponerlas en familia. En esos instantes, cuando le vienen a la mente imágenes de sus hijos armando el árbol siente felicidad y se da cuenta que tiene una familia hermosa.En la calle pulula un olor a flores, ¿ligustrinas florecidas? ¿azahar? No lo sabe con exactitud, pero es el olor característico que hay en las calles de la ciudad en verano. Son como brisas de aromas que pasan y traen recuerdos de Navidades pasadas.Al llegar al colegio las apoderadas la miran de reojo ¿Tan mal se verá? Sólo una se acerca a preguntarle por qué está tan delgada y demacrada. Ella trata de esbozar una sonrisa y parecer normal, por suerte la salva el timbre de salida. Los niños salen de la escuela como enjambres de abejitas zumbadoras. Entre gritos y silbidos aparecen sus hijos abochornados por el calor, sudados y hermosos. La abrazan y ella besa sus cabezas que tienen olor a pollitos. Siente que la aman, que son indispensables para su vida..... ¿Acaso para su madre ella y su hermano habrán sido indispensables?En las calles se siente la Navidad con fuerza, al pasar por las casas desde las ventanas se cuelan sonidos de comerciales navideños. Eso la ensombrece; el sonido de los villancicos le trae una sensación de amargura, fue en la víspera de Navidad que su mamá se marchó sin decir adiós.No le agradan las fiestas en general, lucha contra eso para que los niños y Víctor no se preocupen.La tarde transcurre en relativo silencio, entre los quehaceres de la casa que no terminó en la mañana y las discusiones de los niños. A eso de las seis llega Víctor con el pino navideño en la parrilla del auto. Cuando ve la rama se ensombrece. Prefiere no decir nada por el olvido de su esposo, menos arruinar la algarabía de sus hijos. Víctor instala el árbol en una maceta y los niños están impacientes por colocar los adornos. El olor a pino envuelve todo, hasta los recuerdos.Cuando su papá pasó corriendo por la plaza con su hermano en brazos, ella supo que algo había pasado. Quizás intuía que era una cosa relacionada con su madre. A pesar del temor, una fuerza grande tiró de sus manos y la hizo seguir a su padre. Nunca va a olvidar los gritos histéricos de la abuela clamando por su hija, su tía recibiendo a su hermano que lloraba presa de la histeria colectiva, ella escabulléndose por entre los adultos y las manos que la afirmaban sin afirmar. Recuerda con nitidez el entrar al baño y ver sólo los pies de su madre que colgaban inertes. Unos pies descalzos, como de cera, con las venas verdosas y salidas. Se tapó los ojos de golpe, no quería mirar más, pero sus pequeños dedos no evitaron que dirigiera la vista al suelo y viera la posa de orina en la cual aún caían gotas que se escurrían desde los pies de la muerta. Se volvió hacia la esquina del baño, avergonzada. Justo ahí vio a su padre gimiendo arrodillado, lo abrazó por la espalda y como ocurriría sucesivamente en la vida, se dio valor y miró; esa no parecía su madre, nunca la vio hacer esa mueca, ni tener esos ojos. Si no fuera por el vestido que llevaba esa mujer no pensaría que era ella. Sin embargo el perfume de violetas impregnaba el todo, era su olor característico. Al salir del baño, vio que la preparación del árbol había quedado inconclusa, los adornos tirados por todas partes. En la sala había olor a pino navideño.La muerte de su madre fue un terremoto que azotó a la familia sin piedad. Su padre se refugió en el alcohol, tratando de hacer esfuerzos por sacar a sus hijos adelante. Ella era la mayor así es que tuvo que asumir responsabilidades demasiado grandes para sus años, a pesar de que tenía cierta experiencia, porque cuando su mamá entraba en esos silencios asumía el cuidado de su hermano.Siente ganas de llorar, sabe que algo anda mal. ¿Tomó las pastillas? Ya ni se acuerda, su cabeza ha andado caminando sola, lejos del cuerpo. Abre la puerta del mueble de cocina y al sacar el envase se da cuenta que no quedan antidepresivos. Bueno, me aguanto hasta mañana – Piensa - nada puede pasar. Siente las risas de sus hijos que llegan desde la sala, entra, los ve buscar con rapidez y urgencia entre las cajas de adornos. Y esas manos pequeñas en esa acción arrastran más recuerdos.Un eterno buscar, fue en lo que para ella se tradujo el suicidio de su madre; hurguetear entre las ropas, entre cajones, abrir roperos y recibir bofetadas de olor a naftalina. Buscar, buscar.¿Que buscaba con desesperación?Una respuesta.Una carta aclaratoria de despedida, que contuviera la explicación de por qué su madre los abandonó. Nunca entendió si los quiso, si le dolió dejarlos, si a pesar del amor que les tenía había una razón más urgente para marcharse.¿Qué buscas Hija? —Preguntaba la abuela Chepa.Una carta abuela —Respondía—, siempre las personas que se suicidan dejan una carta y explican sus razones, al menos eso sale en las películas, tiene que estar en algún lado.Y la abuela Chepa suspiraba. Pobre niña, - murmuraba – Luego sacaba un pañuelo arrugado del delantal de cocina, se enjugaba los ojos, limpiaba su nariz y se iba con su triste caminar de arrastrar chancletas.Para su hermano la muerte se convirtió en un volver a la casa de la abuela Chepa. A pesar de que él no vio a la madre colgada, recabó datos y detalles. Desde niño se le veía acurrucado en el suelo del baño mirando el fierro de la cortina de la ducha. Con el correr de los años, aún cuando la casa quedó vacía y abandonada, él seguía volviendo al lugar. Se dieron cuenta que era una actitud patológica. Peregrinó por sicólogos y siquiatras, sin embargo al final decidieron dejarlo en paz con su dolor.Sólo ella lo entendía, sabía que era porque en el baño estuvo viva por última vez y algo debió quedar ahí de su esencia.Los niños buscan con sus manitas pequeñas, buscan adornos navideños.Ella buscaba entre los hoyos de las murallas, se rompía las uñas sacando trozos de adobe sueltos. Algo tenía que haber, un papelito aclaratorio, pero nada, no pensó en ellos cuando se colgó de la ducha. Se fue arrancando de sus hijos. ¿Por qué? Si nunca le pedimos nada – piensa con rabia -. Ella pasaba acostada mirando la ventana o durmiendo y nunca le metimos ruido; la dejábamos dormir.Eso quisiera, dormir para siempre, ya no soporta la situación, los recuerdos se amontonan vertiginosamente y no la dejan pensar con claridad. Entonces rompe a llorar y eso hace sobresaltar a su familia:- ¿Qué le pasa a la mamá? —Preguntan sus hijos –- Extraña a su mamá —Contesta Víctor –- Pero si se murió hace muchos años - Replican los niños –Esta vez no hay respuesta.Víctor es un gran hombre, trabajador, buen padre, ella no entiende como ha soportado todos estos años de silencios y depresión, cree que tal vez en algo ayuda la lucha para no demostrar lo grave de su estado. A veces quisiera que no estuviera, que la dejara para no tener la responsabilidad de su felicidad, merece una mujer con una infancia menos traumática.Víctor la lleva a la habitación para que duerma. Si, eso seria excelente – Piensa con alivio - Un sueño que la haga sortear la realidad.Entre sollozos apagados y estertores, por fin se queda dormida.Despierta en medio de la oscuridad. Son las 9 de la noche en el reloj de números rojos. Esta en el apogeo del bajón infame que la aplasta, todo le da vueltas y no siente ningún ruido anunciando que hay alguien en la casa.Camina hacia el comedor y ve una nota hecha por Víctor, donde dice que fueron al mall a elegir los regalos que le pedirán al Viejo Pascuero.Estar sola la atemoriza, es presa del pánico. Víctor, no quiero estar sola – Llora desolada - ¿Por qué te llevaste a los niños?Vuelve a acostarse y se sorprende mirando catatónica hacia la ventana que está oscura y sólo guarda siluetas de los árboles del patio. Otra vez las preguntas: El por qué del abandono, el por qué de la atrocidad de esa muerte, el por qué ella, justo ella. ¿Qué culpas tenía su padre en la determinación de su madre?. Tantas preguntas sin respuestas que era imposible estar peor.Se le hacía imposible vivir esperando que llegue la noche para poder dormir. Detestaba los amaneceres en vela, con la angustia en la garganta.La sensación de dolor y desesperanza que la suele atormentar la azota con brutalidad. Los sollozos la asfixian y siente que ya no puede soportar ese peso en los hombros. Piensa en su hermano, acurrucado en el suelo del baño de la abuela Chepa, con la vida hecha pedazos porque la esposa lo dejó y nunca supo entender su dolor.Toda una vida ahogada en un mar de preguntas, toda la vida luchando por salir adelante. Su abuela siempre solía decir que su mamá la cuidaba desde el cielo, pero ¿de qué servía una madre mirándola desde las alturas? Necesitaba su cariño, su afecto, la mesa bien servida, un queque en la tarde, los calcetines zurcidos, lavarse los dientes; todo el quehacer de una madre. Sin embargo ella se vio sola en todo. Siempre.Ya no soportaba más, quería dormir por siempre. Sabía que ya estaba dañando a sus hijos con sus estados depresivos, no podía sacarse esa oscuridad de encima.Nuevamente fija la vista en la ventana. Un sollozo explota con fuerza. Quiere abrazar a su madre.En la ventana hay algo que la tranquiliza, es como si la oscuridad se va apoderando de todo. No es una voz, pero ella la entiende. Se levanta y camina hacia el baño. Sólo siente lo helado de las baldosas, pero la voz es más potente y sigue su camino.Sólo sabe que va al descanso, se siente feliz, tranquila.Justo, el cable alargador está sobre el bidé, lo toma, lo anuda de una forma que no supo dónde la aprendió. Se siente etérea, porque a medida que avanza en su determinación la oscuridad se va apoderando de todo y hasta le nublará los pensamientos. No sabe cuando ni como, pero ya está lista, con el cable al cuello, sosteniéndose en la pared y parada en el borde de la tina.Tírate, tírate - dice la voz - y ella apura la acción convencida de que es lo mejor. Mientras se va desprendiendo de la pared todo sucede en cámara lenta. Se va soltando y se va hundiendo en la oscuridad. El cable le quita el aire y presiente que no falta mucho para encontrar paz.De pronto un pensamiento la asalta y la aterroriza, pero sabe que ya es tarde para arrepentirse. No dejó nada para sus hijos, no les escribió ningún papel, ni una carta aclaratoria, que les ahorrara años y más años de preguntas sin respuestas.

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